Cuarenta universidades y cuatro politécnicas (Valencia, Cartagena, Madrid y Cataluña) imparten ingenierías en España; en total suman 600 titulaciones, de las que salen unos 30.000 egresados cada año. El 43% de quienes ejercen la profesión son industriales (que pasan por ser los más versátiles), seguidos de informáticos y telecos.Agrícola y Agronómica, y Caminos y Civil (ambas con un 8%), son las ramas minoritarias. El estudio del Observatorio (OIE) detecta que, en las dos últimas décadas, han bajado los alumnos de Agronómica y Telecomunicación, mientras que han crecido los de Industrial, Caminos y, muy significativamente, los de “otras ramas”, saco que engloba las nuevas titulaciones surgidas a raíz del Plan Bolonia. “La demanda es tanta que vamos a hacer un esfuerzo, apretarnos y dar a las carreras que crecen el espacio de las que menguan”, concede Monserrat del Río. Este curso, la UPV ampliará su oferta de plazas en 1º de 6.000 a 7.500 estudiantes.
La mitad de las empresas consultadas en la investigación de la OIE manifestó que una de las principales dificultades a la hora de contratar estriba en no encontrar perfiles adecuados a sus requerimientos. El mercado necesita ingenieros en smart cities, en eficiencia energética, en datos, e ingenieros gráficos para abordar la enormidad de la realidad extendida (virtual, aumentada y mixta), según una prospección de la compañía de recursos humanos Randstad. “Estamos en la cuarta revolución industrial; en un futuro próximo, el 40% de los empleos se concentrarán en temas digitales”, insiste Sala Arlandis. “Van a ir surgiendo más ingenierías, sobre todo relacionadas con inteligencia artificial, internet de las cosas, nuevos materiales, biotecnología, computación, robótica”, avanza. Esenciales para la descarbonización, la transición energética o el sector de la electrónica (con la producción de microchips), según enumera Bernardo Villazán, codirector de la Cátedra de Industria Conectada de la Universidad Pontificia Comillas.
Las universidades se esfuerzan por dar respuesta (algo más las privadas, según hace notar Sala Arlandis). Pero, como ellas mismas reconocen, el proceso de creación de grados lleva su tiempo. “Por mucha velocidad que traten de imprimirle, nunca será suficiente, cuando la tecnología evoluciona a un ritmo de vértigo”, argumenta el presidente del OIE. Los expertos apuestan por una formación universitaria sólida a modo de base de una pizza a la que ir sumándole ingredientes: especialización por la vía del máster (cuya creación es siempre más ágil), píldoras formativas, formación a lo largo de toda la vida. Sala Arlandis defiende la colaboración con la empresa para lograrlo. Y apunta al desarrollo de una formación profesional de calidad para habilitar perfiles técnicos en estos campos de futuro.
Independencia europea
“Tras la ruptura de las cadenas de suministro que hemos vivido con la covid-19, la guerra de Ucrania o el incidente en el canal de Suez [donde un megabuque atascado colapsó durante seis días el transporte marítimo mundial], debemos plantearnos la reindustrialización de Europa, y en particular de España”, argumenta Villazán. “Los ingenieros son necesarios en esa relocalización”, remacha. “En la Comunidad Valenciana está creciendo la industria”, incide Monserrat del Río, aludiendo a la nueva planta de baterías de Volkswagen, como ejemplo más reciente. “Hacen faltan ingenieros eléctricos”, reclama desde el terreno Sergio Jiménez, consultor sénior de LHH Recruitment Solutions (la consultora de selección del Grupo Adecco): en la construcción, para enchufar la transición energética; en el sector de las renovables en general y en el de la fotovoltaica en particular, que está expandiendo sus infraestructuras.
Siendo un fenómeno global, es previsible que la demanda de ingenieros crezca aún más en un país como España, que pelea por revertir el progresivo aligeramiento del peso de la industria en su PIB: ha pasado del 18,7% de 2000 al 15,31%, sin que la ambición de alcanzar el 20% en 2020, por aquello del número redondo, haya fructificado. Las sucesivas crisis han ido desarbolando la industria, afectando a la oferta de egresados en ingeniería. Muchos jóvenes optaron por estudiar otra cosa, y otros muchos se titularon y emigraron. Villazán fue de los segundos; le surgió una oportunidad en Estados Unidos, aunque años después decidió regresar.
Ahora España puede jugar un papel fundamental en la instalación de renovables y en la producción de hidrógeno. Las ayudas europeas, los PERTE (Proyectos Estratégicos para la Recuperación y Transformación Económica) o la nueva ley de start-ups están impulsando proyectos. Villazán certifica que la situación ha cambiado, pero también advierte de que la competencia mundial “es feroz”, y de que las empresas españolas han de ser más ágiles en la contratación, y acercarse más a las escuelas de ingeniería para explicar qué hacen, y qué desarrollo profesional ofrecen, si quieren asegurarse una buena posición en la frenética carrera por la retención del talento. También pide a la industria un esfuerzo por entender las demandas de flexibilización y de conciliación de las nuevas generaciones. A cambio, destaca el compromiso social y ambiental de los jóvenes, su pensamiento crítico y su excelente preparación, reconocida internacionalmente. “El futuro está en muy buenas manos”, afirma.
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