Si en teoría fuese factible, nos faltaría la prueba. Si tuviésemos la prueba, los físicos deberían encerrarse a llenar pizarras hasta saber en qué se equivocó Einstein. Pero sin que llegue una cosa ni otra, los ovnis no pueden tener mayor credibilidad que los fantasmas o el horóscopo, y toda luz u objeto extraño en el cielo será, sí o también, un fenómeno meteorológico, una ilusión óptica, o algún artefacto tan terrícola como el arroz con leche.
Uno de los principales obstáculos en casi todos los supuestos es que, incluso imaginando tecnología muy avanzada con la que aún no podemos ni soñar, en los casos mínimamente compatibles con la realidad física ocurre que un viaje de años luz tarda años.Aunque el reloj de los ocupantes de una nave a velocidad relativista (cercana a la de la luz) corra más despacio y para ellos sea un paseo, en su planeta habrán transcurrido años, siglos o milenios. No parece tener mucha lógica que E.T. venga a la Tierra solo a recoger unas muestras de plantas para después volver a su casa y que sus hijos hayan muerto de viejos.
Como vimos, aunque según la teoría pura los agujeros de gusano o los propulsores de curvatura —que deforman el espacio-tiempo— podrían salvarse de esta dilatación temporal, al intentar trasponerlos a la física real tampoco se libran. Y ¿qué significa la física real? Un ejemplo fácil: como ya conté, los físicos Alexey Bobrick y Gianni Martire publicaron hace un par de años un estudio que trataba de llevar los propulsores de curvatura, cuyo principio original es matemáticamente posible pero físicamente imposible, a un terreno compatible con la física.
Pero compatible con la física no significa realista: una nave de 10 metros con una masa igual a la de la Tierra, como requería el modelo de Bobrick y Martire, no es algo que estrictamente viole ninguna ley de la naturaleza. Pero incluso si existiera un material en el universo que lo permitiera, que no, a los humanos no nos interesaría demasiado, ni sabríamos ni podríamos, construir y lanzar una nave con semejante campo gravitatorio. Por citar otro ejemplo, la nave de Bobrick y Martire debería ser una esfera perfecta. Y no creo que sea necesario explicar por qué en la práctica esto es imposible. Baste recordar aquel chiste de físicos: “supongamos un caballo totalmente esférico y sin rozamiento…”
Viajeros temporales
Así pues, ¿no hay solución? Parece que solo habría una respuesta: la máquina del tiempo. Es decir, encontrar un modo para que la nave sea capaz de revertir, o comerse hacia atrás, el larguísimo tiempo transcurrido durante su viaje por el universo, de modo que regrese a su planeta de origen poco después de haber despegado. Siempre que no regresara antes de haber despegado, no tendría por qué violarse el principio de causalidad, aquello de Marty McFly tratando desesperadamente de juntar a sus padres para asegurarse de haber nacido.
Pero ¿existe la máquina del tiempo? No, en serio.
Es decir, sabemos que no tenemos pruebas de ningún viajero en el tiempo, al menos ninguna que no sea un meme de alguien en EEUU en los años 20 o 30 del siglo pasado con un teléfono móvil casualmente igual a los de ahora (cuando aún no se ha inventado la máquina del tiempo). Pero a falta de pruebas, primero, ¿hay física que lo soporte? Y segundo, ¿es realista?
Respecto a lo primero, recordemos que los agujeros de gusano son túneles en el tejido del universo, que es cuatridimensional: las tres dimensiones del espacio más el tiempo. Por lo tanto, además de servir para desplazarse por el universo (o a otros universos), deberían ser útiles para moverse en el tiempo. Ya en 1988 los físicos demostraron teóricamente esta posibilidad. Pero no, realista no es; requiere cosas como agarrar una de las bocas del agujero de gusano, engancharla a un remolcador espacial y pasearla por el universo a velocidad relativista. Si ya dijimos que la existencia de los agujeros de gusano atravesables es mucho más que dudosa, qué decir de llevarlos por ahí como quien arrastra la caravana detrás del coche.
Hay una propuesta especialmente interesante, no porque sea físicamente posible o realista, sino porque encaja perfectamente en lo que se necesitaría para hacer factibles los viajes interestelares en un tiempo razonable, tanto para los astronautas como para sus familiares que esperan su regreso. La idea es del ruso Sergey Krasnikov, desarrollada en 1995, y por ello se conoce como el tubo de Krasnikov.
La idea de Krasnikov es que la nave viaje por el espacio normal, a velocidad relativista, pero que a su paso vaya creando una distorsión, una especie de tubo que no está separado por ninguna materia física, en cuyo interior rige una métrica distinta del espacio-tiempo que fuera de él. Así, por ejemplo, una nave que partiese de la Tierra hacia una estrella situada a 1.000 años luz tardaría algo más de 1.000 años en llegar allí, en tiempo terrestre, aunque para los propios tripulantes el viaje duraría solo, digamos, un año.
En un viaje de ida y vuelta normal, ya sabemos lo que sucedería. La nave regresaría a la Tierra con un par de añitos de viaje espacial para sus ocupantes, pero se encontrarían que aquí han transcurrido más de 2.000 años. Lo que logra el tubo de Krasnikov es que, al avanzar a través de él de vuelta hacia la Tierra, la nave viaja a velocidad superluminal y se va comiendo hacia atrás el tiempo transcurrido en el viaje de ida, de forma que al aterrizar solo habrían transcurrido, por ejemplo, un año o dos desde su despegue. Los viajeros habrían conocido cómo será su planeta de destino dentro de más de 1.000 años según el reloj terrestre, pero dado que vuelven a la Tierra en tiempo terrícola poco después de su despegue, es como si volvieran desde el futuro al presente.
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