Corría la primavera del año 1902 cuando el encargado de la imprenta Sackett & Wilhelms Lithographing & Publishing Company, cansado de que el calor y la humedad arruinaran el trabajo que se llevaba a cabo en su empresa, solicitó a Buffalo Forge un sistema para mejorar la calidad del aire. Aquel verano estaba siendo excepcionalmente caluroso y las altas temperaturas estaban afectando a la calidad del trabajo, tanto que el proceso de impresión del color se tenía que llevar a cabo hasta cuatro veces para lograr resultados óptimos.
¿Cómo se podía enfriar y mejorar la calidad del aire en la imprenta? Esa fue lo que su jefe planteó a Willis Carrier, un joven y talentoso ingeniero que ya había conseguido inventar un sistema de extracción de humedad para secar la madera y el café. El joven consiguió resolver el reto gracias a su capacidad de observación: una fría noche, cuando estaba esperando el tren y paseaba por el andén de la estación, llegó a la conclusión de que si podía 'secar' el aire, podía “mojarlo” filtrándolo a través de un fino rocío de agua condensando la humedad: el aire acondicionado estaba a punto de nacer.
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